Andreina Farías Torres emigró de Venezuela a Perú buscando una vida mejor. Pero al abrirle la puerta a dos falsos técnicos de internet, encontró la muerte. Vestidos con uniformes y cargando equipos, parecían inofensivos. Andreina incluso los invitó a almorzar tras completar la instalación, sin imaginar que había dejado entrar a sus asesinos. Sus gritos en la calle quedaron registrados en un video estremecedor: “¡Mátenme pues!”, se le escucha. Horas después, fue hallada sin vida.
Los responsables: Rubén Cueva Velásquez, con antecedentes por agresión a su madre, y Jean Carlos Montero Hualynos, detenido 26 días después, acusado de robo, invasión y usurpación de identidad. El crimen fue calificado como una reacción brutal para silenciarla. Según el coronel Carlos Morales, jefe de Homicidios de la DIRINCRI, los agresores aprovecharon la confianza generada para ejecutar el ataque.
Cámara de seguridad del momento en que Andreína Farías y presunto falso técnico salen de la casa
Pero el caso de Andreina no es aislado. En México, Valeria Márquez fue asesinada tras recibir un regalo en vivo por TikTok. En Colombia, María Estupiñán abrió la puerta a un repartidor con un obsequio. En Brasil, Ana Luiza de Oliveira comió una torta envenenada.
Un patrón se repite en América Latina: falsos técnicos, supuestos repartidores o “amigos” que ganan confianza… y atacan. La pregunta es urgente: ¿quién vigila a quienes dejamos entrar a nuestras casas? En palabras del ex general Alberto Jordán: “No hay filtros reales en las empresas que contratan a estas personas. Y la seguridad, simplemente, no está garantizada”.
Confiar se ha vuelto peligroso. Y el caso de Andreina Farías lo grita a todo pulmón. Mientras que, para el especialista César Ortiz, se impone que las mismas personas, más allá de las políticas de seguridad, se autoprotejan para resguardar sus vidas en un mundo donde cada vez más la delincuencia se mimetiza para lograr sus crueles objetivos.