Por los caminos del Cañón del Micay, en el suroccidente colombiano, se libra una guerra tan real como silenciosa. Más de 50 mil hectáreas sembradas de hoja de coca hacen de este territorio una de las zonas más codiciadas por las estructuras armadas ilegales, donde el poder del narcotráfico se impone a cualquier forma de institucionalidad.
El recorrido inicia en Balboa, Cauca, y avanza hacia el corazón de esta región dominada por las disidencias de las FARC, principalmente la estructura Carlos Patiño, que junto a frentes como el de Diomer Cortéz y el Manuel Vásquez del ELN, mantiene un conflicto abierto por el control territorial.
El Ejército ha sido blanco de al menos siete secuestros de soldados en dos años de operaciones en el área, y se ha documentado que los grupos armados pagan hasta un millón de pesos a campesinos por retener militares. En cada pueblo, los grafitis de las disidencias marcan el control.
En Argelia, laboratorios y cultivos rodean la carretera. Aunque la actividad es ilícita, representa el sustento de más de 50 mil personas. Un cultivador revela que puede ganar entre 600 y 800 mil pesos por arroba, en una economía paralela que mueve más de 400 millones de dólares al año, con carteles mexicanos como los de Sinaloa y Jalisco comprando cocaína a más de 1.500 dólares el kilo.
Cultivos de coca en El Plateado, corregimiento de Argelia, Cauca
Más allá de El Plateado, en San Juan del Micay, Honduras y Huisito, no hay ni Ejército ni instituciones. Solo grupos ilegales que disputan la renta de la droga. Incluso en medio de la violencia, algunos líderes sociales y religiosos intentan mediar, mientras que los pobladores sobreviven entre presiones, amenazas y desplazamientos.
En El Tambo, último punto del recorrido, las tensiones siguen creciendo. Allí, el ELN ha avanzado sobre antiguos territorios de las disidencias. Hace poco fueron secuestrados más de 50 soldados. El Estado brilla por su ausencia: ni escuelas, ni salud, ni oportunidades.
El Cañón del Micay es hoy una radiografía del conflicto armado moderno en Colombia: múltiples actores ilegales, una economía criminal profundamente arraigada, una población civil atrapada y un Estado ausente. No es solo una zona de guerra, es también un espejo del olvido nacional.